Hablar en público: 12 consejos y mucho más.
¿Tienes que hablar en público dentro de poco? Repite con nosotros: ¡No es marrón, es una oportunidad!
Piquito de oro. Comepinzas. Paliquecanela. Son solo alguno de los términos con los que el gracejo popular tiende a caracterizar -con esa mezcla de admiración y envidia que tanto le luce- a aquellas y aquellos a quienes la naturaleza y el estudio han ornado con el don de la palabra. Y hemos puesto en negrilla admiración y envidia porque en el fondo, o no tan en el fondo, todos sabemos que aunque belleza e inteligencia son flores que a nadie incomodan, ambas tienen su kriptonita: en los negocios y en la vida quienes ligan, quienes triunfan y quienes finalmente se llevan el gato al agua son las/os que hablan bien, bonito y creíble. Y punto y aparte.
¡Maldito arte de la oratoria!, se lamentan los guapos y los listos al ver pasar con la frente bien alta (e inmejorablemente acompañado) al Pedro Ruíz de turno. Pues sí, maldito arte. Pero la vida no la hemos inventado nosotros. Y, en cualquier caso, el buen comeollas no solo nace; también entrena y se hace. Así que si tienes que hablar en público en un seminario, en una reunión o (el reto de retos) en una boda, no te preocupes. Te vamos a contar, a modo de catarsis, una breve historia de la oratoria plagada de sangre y desmembramientos (esta parte te la puedes saltar si quieres); de ella saldremos debidamente purificados para recibir 12 tips para hablar en público que nos vendrán como agüita de mayo (esta no) y, ya como colofón (esta es la parte más importante) hablaremos de dos cursos que con los que convertirnos en unos en unos/as auténticos/as tronistas de la labia. Estrictamente por este orden.
Habla en público y muere (breve historia de la oratoria).
Orígenes.
Al contrario de lo que se piensa, la oratoria no nació en Grecia. Casi, pero no. De hecho, surgió -o al menos se le dió nombre- en la polis de Siracusa, Sicilia, a mediados del siglo V a.c. Fue allí donde apareció el primer tratado de oratoria del que tenemos constancia histórica; era de carácter judicial y su autor era Tisias. De allí la oratoria -el arte de hablar en público con elocuencia- pasaría a la península griega.
Hablamos del nacimiento de las primeras democracias. Así que la oratoria era el paso lógico e ineludible que había que dar desde el Esto vas a hacerlo porque me sale a mí de las narices hasta el -todavía vigente- Esto vas a hacerlo porque me sale a mí de las narices pero pensando que lo haces porque te sale a ti de las tuyas. A partir de ahora, para alcanzar y mantener el poder político había que hablar en público y convencer. Aparecieron los primeros plumillas de pago y también la escuela de oratoria de Sócrates, en Atenas. Un hombre -no lo olvidemos- que a pesar de emitir escasísimas opiniones a lo largo de su vida -la más conocida de ellas Yo sólo sé que no sé nada– fue unánimemente considerado como el hombre más sabio de su tiempo. Todo a base de hacer hablar a los demás y de convencerles de que dijeran lo que él quería que dijesen. Maestro de maestros o liante de liantes, el hecho de que fuera condenado por las autoridades a morir con veneno no hace sino reafirmarnos en la fuerza de su poder revulsivo.
Esplendor.
Hablar en público se acabó convirtiendo en el fútbol de entonces. Así dicho rápido. En un mundo donde no había tele ni internet y además muy pocos sabían leer, echar el rato escuchando pontificar a otros sobre lo divino y sobre lo humano, poniendo verdes a gobernantes y vecinos, o simplemente haciendo fátuos ejercicios de estilo -lo que vino en llamarse sofismo– era, además de una manera de aprender e informarse, todo un espectáculo; y la misma estructura de las ciudades, con un ágora o plaza pública en medio con el fin principal de reunirse y darle a la sin hueso (una innovación urbanística sin precedente en las ciudades orientales) da buena cuenta de la importancia que la palabra tuvo para los griegos en todos los órdenes de la vida.
Otros grandes maestros del arte de hablar en público en sus greek years fueron Pericles y Demóstenes. Por cierto, el segundo también fue perseguido por el poder y acabó suicidándose. También con venenito.
Roma (república).
Los romanos admiraban algo más al hombre de acción que los griegos, es la verdad. Aún así, para ellos la oratoria seguía siendo fundamental en sus -numerosísimas- luchas por el poder, por lo que siguieron dándole una importancia capital y tuvieron, también, sus galácticos del asunto. Que, además, en muchos casos coincidieron físicamente, pugnaron entre ellos por cortar el bacalao salao y hasta se asesinaron de las maneras más bestias. ¿Cómo olvidar a Cicerón, Julio César o Bruto? Después de ejecutado Cicerón, su cabeza fue clavada en un palo y paseada por el foro de Roma para cachondeo de los circunstantes. Julio fue finiquitado por Marco Junio Bruto a navajazo limpio y rematado por lo más granado de la sociedad romana del momento. El mismo Bruto se acabó a sí mismo y a sus circunstancias arrojándose sobre una espada antes que ser capturado por Marco Antonio -el responsable, por cierto (y cerramos ya el círculo) de lo de Cicerón y su cabeza.
Otros grandes oradores que cayeron violentamente: Séneca (corte de venas), Tiberio Graco (muerto a golpes), Cayo Graco (asesinado por un esclavo a petición suya), Lucio Licino Craso (muerto de unos calores como consecuencia de hablar en público con demasiada vehemencia).
Ya lo hemos dicho: los romanos admiraban a los hombres de acción.
Roma (imperio).
Durante la época del imperio, y como no podía ser de otra manera, la oratoria tuvo su bajón. Cosas del ordeno y mando. Aún así, destaca sobremanera la figura de Quintiliano (natural de Calahorra) con sus doce libros sobre el arte de hablar en público, cumbre teórica del género.
A partir de aquí, y como pasa con casi todo, ya prácticamente solo ha habido repetición y fusilamiento.
Y ahora debería venir la parte en que explicamos los tipos de oratoria que hay y las diferentes escuelas de oradores, pero como ya llevamos 1.000 palabras y nos queda mucho camino, te invitamos a que visites este link y pasamos darte estos estupendos…
12 consejos para hablar en público.
El primero: ¡vigila tus espaldas! Es broma: afortunadamente, y como demuestra la presencia de Pedro Ruiz en las calles, hoy, a pesar de la ley Mordaza, todavía disfrutamos de bastante libertad para hablar en público -y hasta para hacerlo como un sobre de azúcar, si queremos. ¿Tienes que hacerlo y no sabes cómo salir del paso? Estas son las 12 cosas que no debes olvidar nunca:
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Prepárate.
Al decir de todos, este era el punto fuerte de Demóstenes. No pienses que cuando llegue la hora H te va a venir la inspiración y en paz, porque no. Cuando te pongas delante de toda esa gente, estarás más nerviosa/o que ahora. Habrá un montón de ojos confluyendo sobre un mismo montón de carne -tú-, y solo saldrás del apuro si has visualizado una y otra vez ese momento, si te has preparado a conciencia el tema que vas a tratar y si has estructurado tu charla en un plantamiento, un nudo y un desenlace. Además, deberás practicar (en la soledad o ante otras personas), prepararte mentalmente para lo peor (por eso de mentalizarte de que tampoco es para tanto) y, a la vez, y lo que es más importante, deberás haber mantenido mil y una veces un diálogo interior positivo en el que neutralices los pensamientos negativos y sostengas que todo va a salir bien y que eres, al menos, tan buena/o como los demás. Lamentamos ponernos tan coachs, pero todo esto es innegociable. La inspiración es una leyenda urbana.
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Conoce el lugar donde vas a hablar.
No hace falta que vayas varios días seguidos a practicar -y platicar- en él; vamos, que con que vayas un rato antes y te familiarices con el sitio, vale. Pero es importante que lo hagas. Has repasado mentalmente un millón de veces este momento: ahora debes empezar a vestirlo de realidad.
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Controla la respiración.
Respirar hondo antes de empezar es un clásico en esto como en casi todo. Y si aprendes a hacerlo con el diafragma, mejor. Una manera muy sencilla de practicarlo es tumbándote en el suelo con un libro sobre la barriga: al respirar, has de conseguir que este suba y baje.
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Sonrisa, espalda recta, naturalidad en manos y rostro.
Que no parezca que llevas el mundo sobre los hombros. Permanece de pie y no mires nunca al suelo. Has de aparentar lo que eres: una persona que domina el tema y que disfruta hablando de él. Ayúdate de las manos, moldea las palabras que usas. Huye del conocido como síndrome de Julio Iglesias o Monchito: que tus brazos no sean simples apéndices que cuelgan.
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Busca varios puntos de referencia en el público.
Es lo que se llama caras amigables. Busca una por tu izquierda, otra por el centro y una tercera a la derecha. ¿Nunca has estado en una charla o conferencia y has tenido la sensación de que el orador te miraba más de la cuenta? Enhorabuena: tienes una cara amigable. Pero nadie va a enfadarse porque le mires más que a los demás. Y, en cualquier caso, siempre es mejor que hacerlo hacia todas partes como un pollo asustadizo.
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Preséntate.
Di quién eres y por qué estás ahí, rebaja la tensión del momento. Y deja unos segundos antes de empezar a hablar. Las pausas son importantísimas, cuanto antes las introduzcas en tu discurso, mejor. Son buenas para respirar, para que los demás respiren y para no desbocarte y perder el control. No les tengas miedo a los silencios. Aunque parezcan largos, a los demás nunca se lo parecen tanto como a nosotros.
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No leas.
Tampoco te aprendas el discurso al pie de la letra. Da impresión de inseguridad y queda poco natural. Además, si te equivocas o te interrumpen te costará horrores volver a engancharte. A la hora de hablar en público es mejor que prepares al dedillo, como mucho, un buen principio y un mejor final y que para el resto te limites a llevar notas con los puntos (si quieres, también sub-puntos) que vas a tratar. En ellas puedes incluir esas cosas que no debes olvidar de ninguna de las maneras (tus bazas ganadoras), algunos datos concretos, etc. A lo mejor ni siquiera necesitas utilizarlas, pero todo lo que contribuya a darte confianza es importante.
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Habla alto.
Pero sin gritar, que no estás invadiendo Polonia. Hablar bajito da impresión de inseguridad, y no hay nada que saque tanto al público de cualquier historia como ir perdiéndose palabras de aquí y de allá. ¿Hay imposibilidades técnicas que te impiden ser escuchado por todos? Pues discúlpate y, entonces sí: sube la voz un puntito más de lo necesario.
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Aprende a detectar los pensamientos negativos.
Y hazlos papilla. “No se ríen”, “Les estoy aburriendo”, “Se me nota nerviosa/o”, “Me sudan los sobacos”. ¡Al fuego con ellos! Una de las cosas que se nos olvidan cuando hablamos en público es que le gente es más comprensiva de lo que nos creemos. ¿Te equivocas? A todo el mundo le ocurre y, por ello, todo el mundo lo disculpa, así que si te ocurre sonríe con naturalidad. Si les interesa lo que les estás contando (en muchos casos estarán ahí por eso) ya tienes un noventa por ciento del camino hecho. Y si no, estarán jugando al Candy Crush disimuladamente y todo lo demás les dará igual.
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Introduce anécdotas y ejemplos reales. ¡Y ojito con el humor!
Es lo que se conoce como humanizar el discurso. ¿Te ha pasado (o conoces a alguien a quien le haya pasado) algo parecido a lo que estás relatando? Cuéntalo. Pero que no te quede forzado, como lo de la niña de las chuches a Rajoy. No hay que ser sensibleros. Al menos, no sin que haya un pianista de Mediaset acompañándonos.
Utiliza tu arsenal retórico con tiento. Introducir truquillos como las preguntas que se reponden solas está bien, es un recurso muy típico de la oratoria -de ahí lo importó la literatura- y todos tenemos muy interiorizado; a poco que hayas leído -aunque sea el Foro Coches- te saldrá con naturalidad.
Pero amiga/o… ¡mucho cuidadín con el humor! ¿Has pensado meter algún chiste? Vale, a todos nos gusta reirnos. Pero cuidado con hacerlo tú, y menos estrepitosamente: no hay nada que ofenda más a los sentidos que ver a alguien reirse de un chiste que ha hecho él mismo y que encima no tiene gracia. Si vas a recurrir al humor, prueba a meter la primera broma por el principio, para ver cómo reacciona tu público. Lo normal es que funcione, porque todo el mundo estárá deseando que se rompa el hielo y el humor es una manera estupenda de hacerlo.
Y, sobre todo, recuerda que no todos los auditorios son iguales. Por ejemplo, en una boda todo el mundo está deseando pasárselo bien y reirse; ya puedes imitar a Millán Salcedo, que casi seguro que va a salirte bien. Si tienes que hablar en público en un entorno laboral… pues… ¿conoces la serie The Office?
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Huye de las pedanterías.
Pero como de la peste. Los latinajos, citas y cultismos sin cuento, a la basura. Suena duro, pero es nuestra obligación decirlo: si descubren que te estás sobrando, te destrozarán. A lo mejor no lo dicen, pero algo se habrá quebrado irremisiblemente dentro de ellos: tu credibilidad. Rebajar el tono de tu discurso no es arrastrarlo por el fango. Entre la Super Pop y Luis de Góngora hay un sinfín de mundos posibles; son, además, los que habitamos la mayor parte de los mortales.
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Sé breve.
No te eternices (ya sabes, el síndrome Fidel Castro). Todavía no hay constancia histórica de nadie que se haya quejado porque un discurso haya sido corto. Di lo que tengas que decir, y ya. Si se te olvida algo, siempre puedes retomarlo en el turno de ruegos y preguntas.
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