Trabajo en equipo: ¿Por qué es tan importante?
Cuando las arañas tejen juntas, pueden atar a un león.- Proverbio Etíope.
¡Qué gran pensador no habrá enunciado alguna vez una cita inmortal loando al trabajo en equipo (pincha en el enlace si quieres leer 70 inmejorables ejemplos)! Hasta el mismísimo Donald Trump, con esa humildad y llaneza que acostumbra, ha osado aventurarse por esos lares dialécticos: “Una vez en movimiento, mi equipo y yo somos imposibles de detener”.
Sigamos con las preguntas retóricas: ¿Y quién de nosotros no ha llorado alguna vez -con cierta vergüencita, es verdad- mirando una de esas películas deportivas en las un equipo formado mayormente por patanes acaba remontando y ganando un campeonato en el último segundo, y eso solo y precisamente porque han conseguido trabajar en equipo?
Hasta Teenwolf, en el último de sus partidos de básket, renunciaba a su pelaje e individualismo (= dejaba de ser un lobo solitario) para volver a convertirse un maleta de carne y pellejo (pero un maleta que trabajaba en equipo) y, así, alcanzaba esa gloria sin parangón para cualquier americano que es ganar una liga de instituto y echarse novia al mismo tiempo.
Con esto lo que queremos decir es que todos, en nuestro interior, tenemos claro, y seguramente por experiencia, lo que una vez (y perdón por esta nueva referencia a la infracultura popular; prometemos que es la última) dijo el cantautor Fran Perea: “1+ 1 son 7”. Algoritmo que traemos a colación no porque queramos venderos un curso de planificación familiar, sino para introducir un concepto que, ya por si solo, constituye la principal justificación para los beneficios del trabajo en equipo: la sinergia. Dicho en cristiano de la calle: cuando trabajamos juntos unos con otros, y además lo hacemos como toca, el resultado total acaba siendo mayor que la sencilla suma de las partes.
El trabajo en equipo: una necesidades de las organizaciones.
Lejos quedan ya los tiempos en que primaba, en el mundo de la empresa, la retórica del liberalismo clásico con sus máximas de que competitividad e individualismo eran los motores del bien común.
Hoy, cualquier grupo que quiera alcanzar un objetivo y hacerlo con éxito, sabe que la mejor forma de conseguirlo es actuando como un equipo; y que la competitividad entre miembros de un mismo grupo no fomenta la productividad, sino la suspicacia, la inseguridad y la falta de comunicación. Es por eso que los mismos espacios de trabajo tienden, cada vez más, a convertirse en lugares abiertos donde fluye el conocimiento y se fomenta el sentimiento de pertenencia. De pertenencia a algo más grande que la propia marca: pertenencia a unos valores (solidaridad, lealtad, comunicación, entrega) que encuentran en el trabajo en equipo el mejor vehiculo para expresarse.
Además, y como ya dijimos en otro post, uno de los mayores problemas a los que se enfrentan actualmente las organizaciones es la dificultad para retener el talento. Pues bien: según una encuesta hecha por trabajando.com entre sus usuarios, el 94 % de estos, a la hora de citar sus prioridades en el trabajo, ponían al buen clima laboral por delante incluso de la remuneración.
Trabajar en equipo mejora el ambiente de trabajo y nos hace más eficientes. Pero ¿es esto siempre así? ¿Qué tenemos que hacer para que nuestro trabajo en equipo nos conduzca realmente hacia algún sitio?
Claves en el trabajo en equipo.
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Tener objetivos.
Si queremos hacer un buen trabajo en equipo debemos saber hacia dónde vamos. Está muy bien fomentar experiencias como el brain storming (lluvia de ideas), pero siempre con uno o varios objetivos. Estos objetivos, además, han de ser alcanzables. De nada nos sirve ponernos metas imposibles más que para acabar generando frustración.
Deben estar claros los objetivos del grupo, y deben estar clara la contribución que debe hacer cada miembro del mismo. Trabajar en equipo nunca puede ser una excusa para escurrir el bulto. Más bien al contrario: los buenos equipos de trabajo lo son porque sus miembros están motivados, y están motivados porque saben que su contribución es fundamental para el bien común.
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Especialización.
Si cada uno hace lo que mejor sabe hacer, a todos nos irá mejor. Un trabajo en equipo de calidad no lo es porque todos hagan lo mismo, sino porque cada uno ha aportado lo mejor de sí. Esa aportación individual, además, ha de ser convenientemente valorada a la vez que se reconoce el buen trabajo del grupo.
En este sentido, muchos expertos recomiendan hacer, esporádicamente, rotaciones de tareas para que cada uno sepa valorar la dificultad e importancia del trabajo del resto.
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Diversidad.
Uno de los errores más comunes a la hora de hacer grupos de trabajo es unir a las personas por ideas compartidas o afinidades. Es un error muy común porque todos tendemos a estar más a gusto en nuestra zona de confort que en cualquier otro sitio; ¿y qué hay más confortable que estar rodeados de personas que piensan igual que nosotros?
Pero si queremos evolucionar y tirar hacia adelante, debemos evitar las zonas de confort. Nuevos puntos de vista y nuevas singularidades siempre van a enriquecer nuestra forma de ver las cosas, y es, precisamente para eso, para lo que formamos equipos de trabajo: para tener una visión cuanto más panorámica mejor, para llegar a lugares donde nunca podríamos llegar solos.
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Coordinación.
Evidentemente, trabajar en equipo no es fácil, y sobre todo si, como decimos, hacemos equipos de trabajo diversos y plurales. Es por eso que el papel del coordinador, y más cuando los equipos están gestándose, es fundamental. La principales labores del coordinador son no perder de vista los objetivos que se han planteado, corregir las desviaciones que nos alejan de ellos y, sobre todo, velar por que reinen los valores que siempre han de acompañar al trabajo en equipo: compañerismo, entrega, solidaridad, sinceridad…
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Dejarse el ego en casa.
El todo siempre es más importante que las partes. Una de las primeras manifestaciones de que un grupo de trabajo empieza a ser un equipo se produce en clave lingüísitica, y es cuando, al referirnos a los logros, deja de decirse yo y se cambia por nosotros. En un estado nirvánico más elevado (y mucho más difícil de alcanzar) se hace lo mismo al dejar de asociar los él con los reproches.
Los grupos humanos nunca van a funcionar como aparatos mecánicos perfectos (por cierto, ni siquiera los aparatos mecánicos lo son). Siempre va a haber aciertos y siempre va a haber errores. Todos tenemos días malos, y en un equipo de trabajo sano y maduro cada uno de sus miembros comprende que lo que le pasa hoy a uno de sus miembros me puede pasar mañana a mí.
Los errores y los fallos son oportunidades para aprender; incluso los que han tenido lugar por falta de atención o motivación. Tenemos que reconocer nuestra imperfección para poder hacernos mejores, y hacer ese trabajo con uno mismo es también trabajar, en última instancia, para la salud del grupo.
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Consenso es consenso.
Pocas cosas dan tanta rabia en la vida como escuchar “Ya te lo había dicho yo”. En los equipos de trabajo hemos de ser conscientes de que una vez se decide algo, ese algo es una decisión de todos, independentemente de cuántos la apoyen. Lógicamente, cuanto más amplio sea ese consenso mucho mejor, pero tampoco debemos ser ilusos; hay veces que no queda más remedio que recurrir a la mano alzada o al derecho a veto del coordinador, y cuando eso suceda, todos tenemos que ser lo suficientemente maduros para, una vez más, renunciar a nuestros egos, prestar todo nuestro apoyo al grupo y, en caso de fracaso, hacer autocrítica igual que el resto.
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